jueves, 12 de diciembre de 2013

Sombras

Quizás sea el convencimiento estricto de que nada cambia lo que te impulsa a seguir adelante. Esa inercia implícita en lo que muda y a la vez permanece inalterable. Como las estaciones, los sentimientos conforman un círculo ceñido por las convenciones sociales. Pero dentro, muy dentro de ti, nada está quieto, el corazón reverbera con la luz brillante de este otoño incierto. Esa misma luz que enciende los álamos de oro a la orilla del río seco, que vuelve rojos los frutos del espino, que hace brillar la piedra pulida por los pasos.


Encontrar en la sonrisa del otro una razón para la esperanza. El murmullo pulido de las voces que a lo lejos anuncian el previsible desenlace. La quietud del que sabe que no está hecho para un mundo en el que todo está decidido de antemano. No, no es pesar sino cansancio. No es la pena el hilo sutil que ensarta los días, sino el recuerdo de esa piedra en mitad del camino. Abrazar su frío enigma para sentirse vivo. Penetrar en su corazón duro para contagiarse del calor que en su centro albergó un día. No dar nada por perdido y darlo por perdido todo.


Cada palabra esconde una verdad a medias. Nada es lo que parece. Ni siquiera el espejo te devuelve la imagen, el gesto conocido, del que fuiste un día. Los fantasmas del pasado aún están vivos. Has subido a la montaña para encontrarte con ellos. ¿No es esa sombra huidiza el perfil clarísimo de la que amaste un día? ¿No es su perfume el eco del tiempo que aún está por venir? Sentado en la penumbra de la mañana incierta, no hay nada más cierto que el ruido de pasos que se alejan. Tu corazón, un puñado de cenizas. Su aliento, fuego apagado que aún quema.

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