lunes, 25 de noviembre de 2013

Aniversario

Al principio, el desasosiego. Cómo compartir la crudeza de tus metáforas precisas. La hiriente claridad de tu palabra, el dardo envenenado de tu sinceridad. Luego la sorpresa. La confusión. El miedo a entenderte. El dulce veneno penetrando en la conciencia. Y, finalmente, quedar para siempre atrapada por un primer beso en mitad de la nieve. Por esa forma tuya de aniquilar el tiempo, de dotar al mundo de aristas coloreadas, de vestirlo con el brocado exquisito de la desesperación. Desde entonces, formas parte de la cadena que me ata a la vida. A veces  detesto tu frío. Otras me abraso en tu calor. Y siempre siento.


En el último instante, ¿qué pensarías? ¿Te bastó, para dejar este mundo,  la certeza de que nada cambiaría? ¿O eras tú el que temía cambiar? ¿No estabas, acaso, cambiándolo todo al hundir el cuchillo en tu vientre? Y ese gesto teatral del  final que se escapó a tus predicciones. La torpeza, el temor  -el amor, tal vez-  que impidió a tu asistente cumplir su cometido con la brevedad y la certeza exigidas. La imagen de tu cabeza en el suelo.  


Y en el momento de la despedida, dejarlo todo en orden. El manuscrito entregado, el mensaje a la esposa, el poema ritual… Los periódicos de la época recogen el “incidente”. El otoño arrastra una vez más tus pasos hacia ese otro lado en el que permanecerás eternamente. El viento de los dioses antiguos, apenas un rumor de voces en la niebla.

martes, 19 de noviembre de 2013

Tres haikus (III)



Con el Levante,
de mañana temprano,
vi tu sonrisa.

***
No escucha el viento,
ni tu risa de río.
Sol del verano.

***
Pasan los años.
Y crece la marea
de nuestro afecto.

martes, 12 de noviembre de 2013

Silabario


Me sorprendo hablando contigo, que no estás ahí para contestarme, pero escuchas atento mis palabras, mi borrosa impresión del mundo hecha discurso coherente, apuntalado por los sentimientos que ahora me desbordan. Sí, hablar contigo y que me escuches. Para qué esperar respuestas que giran en el aire y recomponen una nueva melodía que llega a mis oídos con matices distintos a los que salieron de tu boca. Prefiero este mudo monólogo en el que tú únicamente me miras. Y yo sonrío, adivino que me entiendes, imagino que te importo…Oigo tu respiración, que es el más hermoso silabario, aunque no estás. Y me consuela.


Pero no es eso. La calidez que siento es la del  fuego y no la de tu mano. No hay brocado este otoño en el río seco, en la fuente seca,  en el campo agostado. Llueve dentro de mí, pero no reverdece. A lo lejos, la blancura incandescente de aquella cima no es aún nieve, sino caliza dura. Un espejismo que confunde los afectos. Como todo. Como ahora. Como siempre.


Adormece el sonido repetido de esta oración que es la última. Mirar al este y al oeste. Despedirse del mundo. Pero sólo de este mundo, que es sólo uno de los mundos posibles.  Porque siempre habrá un palacio en el fondo del mar, una choza oculta en la montaña, una pequeña cabaña junto al río. Una senda oculta en la maleza que te lleve a contemplar de nuevo el más hermoso claro de luna.