jueves, 19 de abril de 2012

Razones

Es tan difícil reunir todos los elementos. Este cielo de tormenta sobre los montes verdes y el ánimo acorde con estos tonos plomizos que arrancan viejos quejidos, que son las sombras que alientan la desazón y, al mismo tiempo, te protegen de ella.


Ese refugio excavado en la roca, protegido por una cortina de lluvia fina. Sí podría ser. En días como éste, recibir la visita de algún amigo que justificase una copa de vino a la luz de la luna. Y nada más: un par de libros y recuerdos que te devuelvan, de vez en cuando, al ruido, a ese mundo de vanas pasiones que tan poco tienen que ver con esta sencilla forma nuestra de reunirnos para contarnos cosas y reír un poco.


Encerrado en su choza junto al río, pero no muy lejos de la ciudad para no olvidar lo que fue un día, atado a la tierra tan sólo por un hilo débil que lo devuelve de vez en cuando a ese tiempo en el que sirvió a Señores perfumados de incienso que son ya sólo memoria, este monje menudo escribe sus ocurrencias en papelitos que va pegando en la pared.
Sobre la mesa, sus libros de cabecera: las deliciosas anotaciones de una dama de la corte de refinados modales y mezquinos sentimientos y las enseñanzas de Confucio. La botella de sake medio llena a la espera de alguien con quien compartir su soledad de hombre que se busca a sí mismo.

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