viernes, 17 de febrero de 2012

Lejos

Estas velas. Quizás sus débiles destellos nos obliguen a mirarnos por primera vez con atención. Congregados sobre ellas, alrededor de la pequeña mesa, damos por perdida la claridad difusa del día que se escapa, pero no nuestra alegría. Nuestras risas se superponen a la densa oscuridad que nos abriga más allá de este halo impaciente que nos protege desde dentro. Pero no es esto.


Y este armario no es chino. Ahora lo sé. En la penumbra ahogada de la habitación cerrada, el oro que perfila las figuras no lanza destellos apagados de velas en la noche, el rojo-negro no se vuelve remanso sosegado de aguas turbias, no consuela. Y de nada sirve jugar con la persiana para recrear la luz exacta. Esa luz no existe.


Quizás ese fondo marino reflejado en el espejo, esos azules que inventaste para contener el tiempo, el brillo de metal envejecido de los escasos trazos verdes difuminando el movimiento…Este Elogio de la sombra que me hace sentir muy lejos.

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