Después de todo, aún hay días en los que siento que le sigo “importando al mundo”, aunque sea a ese pequeño mundo que yo misma he construido, como esos pájaros que adornan sus nidos amontonando trocitos de espejo, cadenas rotas, latillas de refrescos pulimentadas por la lluvia... Así, todo junto, crea la ilusión de joya bruñida que brilla con el sol de la tarde o la luna pálida del otoño.
Y ese pájaro que anida en el interior de un maniquí roto que en otro tiempo soportó la pesada carga de ser cuerpo. Bajo la nieve, su canto aún recuerda lo que está vivo, y hace daño. O ese otro que rompe las noches del verano con su canto insolente y es canción del recuerdo en cada nuevo otoño.
Sin nadie ver
su esplendor, han caído,
allá en el monte,
hojas de otoño. ¡Cuánto
color tendrá esta noche!
Ki no Tsurayuki traducido por Carlos Rubio